15 de diciembre de 2004

Un cuento de Navidad

Hola Lectores:

Estamos en el mes de la Navidad. Si tenéis alguna historia que verse de la Navidad o algún recuerdo entrañable que os haga recordar estas fiestas de un modo especial y queréis darlo a conocer a los demás enviármelo al e-mail: alberto.zambade@hotmail.com y en breve será publicado. Gracias por estar ahí...

Saludos del Dardo

Lo prometido es deuda. Aquí os dejo el cuento que escribí a mi sobrino. Espero que les guste y que lo disfruten...



“Las cosas sólo dejan de existir
cuando se deja de creer en ellas”

Gonzalo Torrente Ballester


Cuento de Navidad
Wiber, Alexandre Wiber, se llamaba el niño más triste del mundo. Para Wiber la Navidad era, como para cualquier niño un día normal del año, un día cualquiera. A veces hasta prefería quedarse en el desván de su casa solo y no salir a recibir a la Navidad cantando como cualquier niño, con su familia o con sus amigos.
A Wiber le encantaba mirar y observar la luna cuando estaba triste. En la noche del 24 de diciembre, “Nochebuena”, Papa Noel se encarga de repartir todos los regalos a todos los niños y las niñas del mundo, para que ninguno esté triste. Pero Wiber nunca tuvo la ilusión de creer en él, porque su padre desde muy pequeño nunca le habló de Papa Noel; nunca supo si existía o no, y ni tan siquiera le daba la oportunidad de que él mismo lo comprobara.
La noche del 24 de diciembre, de 1989, Wiber se sentía muy triste, porque veía a los otros niños jugar con sus padres y como las demás gentes disfrutaban en familia bailando y cantando, celebrando la llegada de la Navidad. Aquella noche las calles estaban dormidas y ese año ni siquiera había nevado. Las navidades, ya no eran lo que eran antiguamente. Todas las personas la celebraban a su manera y en sus casas, a veces sin la presencia de sus seres más queridos, lo cual hacía que el espíritu navideño fuera desapareciendo de los hogares poco a poco. En cambio, Wiber, estaba solo en el desván de su casa. Y con un par de cartones y una manta vieja de lana roja se sentó y buscó con la mirada, por el hueco del tejado que estaba roto, a la luna. La veía grande y resplandeciente, y junto a ella permanecía una estrella muy brillante, la estrella polar.
“Está sola” pensó Wiber, “como yo”.
Después de observar a la luna un largo rato cayó profundamente dormido, en un sueño que parecía eterno. Mientras dormía el sonido de unos cascabeles se escuchaba en la lejanía. Wiber se despertó de repente creyendo que iba a conocer a Santa Claus, pero al mirar al frente lo único que vio fue la misma estampa que estuvo viendo antes de caer dormido profundamente. Esta vez intentó quedarse más tiempo despierto, porque tenía la esperanza de conocer a Santa Claus y así poderle pedir un deseo. Así que ahí estuvo firmemente sentado observando nuevamente a la luna.
El escenario que se le presentó frente a sus ojos, era muy distinto al que habitualmente veía todos los días. Las calles estaban cubiertas de nieve y los árboles iluminados con luces de varios colores. Todas las personas usaban abrigos y botas para el frío, y en las manos llevaban farolillos de luz roja que los usaban para iluminarse en el camino. Voces y canciones de navidad se oían de fondo, “Feliz Navidad a todos” se decían entre ellos, incluso entre gente que ni se conocía. Era maravilloso ver tanta felicidad en las calles.
Por un instante sintió la necesidad de bajar a la calle y disfrutar de aquel momento tan maravilloso, para de alguna manera inmortalizarlo para siempre en su mente y así poderlo recordar en los momentos en los que estuviese triste. La verdad, no sabía si estaba despierto o estaba dormido, el caso es que se sentía diferente y por un instante se sentía muy feliz, viendo aquel escenario de luces y gente paseando, cantando, jugando, etc.
Desde donde él estaba se podía ver toda la ciudad. Así que estuvo observando a los corrillos de gente que se formaban en mitad del camino. Pero por mucha atención que quiso poner al asunto que trataban, le resultaba imposible poder escuchar lo que se decían entre ellos. No se lo pensó más tiempo. Bajó tal y como estaba a la calle, con su manta vieja de color rojo y con las botitas de cuero rotas, que había heredado de su abuelo, un pantalón vaquero sucio y un jersey de lana negro, a escuchar lo que se decían de cerca. Al parecer debía ser algo muy importante, porque todos los habitantes del pueblo lo sabían menos él.
Lo primero que hizo nada más bajar fue una bola de nieve y se la tiró él mismo a su cabeza. Hacía mucho tiempo que no nevaba en el pueblo como aquella noche. Le parecía todo lo que veía increíble. Incluso no sentía frío, cuando tocaba la nieve. Era maravilloso todo lo que le estaba ocurriendo. Luego se acercó, como había pensado antes, a un corrillo de personas adultas y escuchó lo que hablaban, sin que estos se dieran cuenta.
-¿Habéis informado ya de la bienvenida, a todos vuestros hijos?-preguntaba uno de aquellos hombres muy serio a los demás.
-¿Qué había que preparar?-dijo otro que estaba medio sordo al parecer.
-¡Preparar no, informar!-dijo otro de los señores con tono sorpresivo, riéndose a carcajada limpia con los demás.
-¡Es a los pequeños de la casa a los que les tiene algo preparado!-dijo el señor que primero había hablado.
-Sí, claro que les he informado. Mira por ahí van mis chiquillos, ja, ja, ja-reía contento el otro hombrecillo.

Wiber, les miraba desconcertado, no sabía nada de lo preparado, y ni corto ni perezoso se coló en medio del corrillo y les preguntó a todos los hombres que estaban presentes.
-¿De qué nos tienen que informar los mayores?-dijo Wiber.
-¡Wiber, debes marchar a la plaza del pueblo lo más rápido que puedas! ¿Si quieres conocer a Santa Claus?
-¡Santa Claus no existe! Mi padre dice que son paparruchas-le dijo Wiber al señor.
Todos le miraron con asombro, al escuchar las horribles palabras con que Wiber osaba dirigirse a ellos, hablando así de Santa Claus, sin conocerle.
-Ve a la plaza del pueblo, muchacho, y estate allí antes de las doce de la noche y conocerás a Santa Claus. Os tiene preparada una gran sorpresa. ¡FELIZ NAVIDAD, Wiber!
Le respondió uno de los señores y acto seguido le dio un empujoncillo para que echara a correr, en dirección a la plaza del pueblo.

Wiber se sentía especial. Por primera vez en la vida sabía que algo grande iba a cambiar su vida y esa noche, era la noche en la que todos sus sueños podían llegar ha hacerse realidad con la ayuda de Santa Claus. Nunca se había sentido tan feliz, como llegó a sentirse esa noche. Corrió como un rayo hacía la plaza del pueblo. El reloj de la plaza, marcaba las doce menos cinco de la noche. Una masa de niños y niñas obstaculizaban la entrada a la plaza. No pudo hacer nada sólo esperar a que diesen las doce, para intentar ver entre la multitud a Santa Claus, que la verdad le iba a resultar muy difícil.
-¡Ton, ton, ton!-comenzaban a sonar las campanas de la iglesia del pueblo.
-¡Ton, ton, ton!-todos los niños miraban al cielo.
-¡Ton, ton, ton!-de repente, la estrella polar que estaba cerca de la luna, comenzó a moverse hacia ellos.
-¡Ton, ton, ton!-las campanas acabaron su cometido horario y la plaza permaneció en silencio, como a la espera de alguna señal de Santa Claus.
-¡How, how, how… rin, rin, tin, tin!-sonaban los cascabeles del trineo de Santa Claus y su risa bonachona, típica de Navidad.

De repente la estrella Polar se acercaba cada vez más y más, y a medida que se iba aproximando, descubrieron que su luz era cada vez menos intensa y que debajo de ella, aparecía la figura del rey de la Navidad. Eran Santa Claus y sus renos, tirando de un gran trineo rojo y resplandeciente con muchísimos cascabeles que le colgaban a su alrededor. Todos los niños se pusieron en pie gritándole, llamándolo, aclamándolo y saludando a Santa Claus. Pero a Wiber le resultó imposible verle. Intentó oír al menos su risa y sus cascabeles, pero fue un intento inútil.
Su amor por la Navidad había desaparecido. Y definitivamente había desistido en intentarlo por más tiempo. Pero, cuando todo pareció perdido para siempre, escuchó el resonar de un cascabel en sus oídos, como por arte de magia. Pues al no poder ver nada cerro los ojos por un instante y creó en su mente la imagen de Santa Claus, su risa, su trineo y el sonido de un cascabel, mientras se repetía varias veces para sus adentros las siguientes palabras.
-Creo en la Navidad, Creo en Santa Claus. Creo en la Navidad, Creo en Santa Claus.
Sin darse ni cuenta era, por unos instantes, el punto de atención de todos los presentes. Pues estaba ni más ni menos que junto a Santa Claus, en el centro de toda la plaza y en silencio. De repente nadie hablaba, nadie reía, nadie se movía, todos le observaban, Santa Claus estaba había llegado y permanecía junto a Wiber, y sin más dilación le dijo Santa Claus:
-Hola querido Wiber ¿Cuánto tiempo? Te estábamos esperando.
Wiber se quedó sorprendido. Y moviéndose despacio se giró para ver de dónde provenía la voz, y así comprobar si era de Santa Claus o no. Después de mirarle un buen rato en silencio, Wiber le respondió:
-Hola Santa Claus… no sé qué decir-dijo Wiber tartamudeando. Se había llevado una gran sorpresa, pues era Santa Claus en persona el que estaba a su lado.
-No digas nada, deja que tu corazón haga de este momento, un momento inolvidable-le abrazó Santa Claus, mientras Wiber le miraba a los ojos.
-Esto no me puede estar pasando a mí-continuó Wiber-. Mi padre me contó, en cierta ocasión, que Santa Claus no existe ¿Cómo estoy aquí, ahora y contigo?
Santa Claus le miró serio y la cogió la mano derecha y, mientras le hablaba al oído, le entregó su regalo de navidad. Fue algo que jamás olvidaría nunca.
-Toma y agítalo. Cuando tu corazón dude de mi presencia, cuando estés triste, para que el espíritu de la navidad no te abandone nunca, Wiber. No dejes de creer en mí y siempre estaré a tu lado.
-Pero, no es fácil convencer a quién me lo dijo, él debe saber que en realidad existes-le dijo Wiber mirando a los ojos a Santa Claus mientras unas lágrimas inocentes se le escapaban.
-A veces en la vida no hace falta dar muestra de lo que deseas para creer en ello. Tú crees en mí porque lo deseas, y sólo con desearlo de corazón puedes hacer que los demás crean en ello igual que tú. Cuida de tu padre y estate siempre a su lado, y con el tiempo lograrás que él crea también en la navidad.

Lo que le entregó Santa Claus en aquellos instantes, fue un cascabel que se le había descolgado del trineo en su aterrizaje, que antes cuando lo agitó no lograba Wiber escuchar y que ahora, después de escuchar las palabras que Santa Claus le había dicho, resonaba con fuerza y alegría en sus oídos al agitarlo.
-¡Este es el primer regalo de navidad, how, how, how!… Feliz Navidad a todos-gritó Santa Claus a la multitud.
En aquel instante, los gnomos saltaban de alegría, los niños gritaban sonrientes, los padres de todos aquellos niños salieron a celebrarlo; tirando confitura y caramelos al aire; catando y bailando en mitad de la plaza de pueblo, haciendo sonar los tambores y las trompetas de las orquestas que tocaban al ritmo de una bella canción de navidad, “Noche de Paz”. Todo el mundo estaba unido; en las calles, en los parques y en cualquier recoveco del pueblo (contando también a los animales) relucía la felicidad.
Desde aquella noche hasta hoy, Wiber nunca dejó de creer en Santa Claus. Y aún recuerda con anhelo las palabras que el viejo bonachón le dijo. Y tomándolas de consejo las divulgó a todos los niños que hoy en día aún les cuesta creer en la Navidad.
A partir de aquella noche, su vida cambió por completo. Aún sigue todos los años bajando a la plaza del pueblo, para celebrar la llegada de la Navidad en compañía de los más pequeños. Porque aunque pase el tiempo no hay edad para creer en el espíritu de Santa Claus, en el espíritu de la Navidad.

¡FELIZ NAVIDAD, A TODOS!

Autor: Alberto Zambade Santiago ©