28 de marzo de 2007

¡Masajes de hace 4000 años!

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Saludos del Dardo
¡Masajes de hace 4000 años! Estudio realizado por El País.es

Los antiguos sumerios se daban masajes hace ya 4.000 años. Es cierto que esas friegas curativas documentadas en la vieja Mesopotamia nos pueden parecer hoy algo excéntricas -aunque quizá no mucho más que otros masajes que aparecen en los anuncios por palabras-: las practicaban exorcistas vestidos de pez que acompañaban el tratamiento, muy completo, con conjuros. Al final de la sesión, que incluía el uso de aceites y en la que los masajes se realizaban de forma centrífuga, desde el torso hacia las extremidades, los masajistas-sacerdotes colocaban amuletos en las muñecas y los tobillos del cliente, para impedir que las dolencias y los demonios que las causaban entraran de nuevo en el cuerpo.

Una investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, (CSIC) la asirióloga alemana Barbara Bock, ha reconstruido en una investigación esos tratamientos curativos mediante masajes y conjuros. Lo ha hecho a través del estudio de tablillas de arcilla conservadas en distintos museos como el British Museum o el Vorderasiastiches de Berlín.
Los textos cuneiformes relativos a la práctica que ha analizado Beck, algunos inéditos, proceden de bibliotecas y archivos de las grandes ciudades mesopotámicas, como Babilonia, Ur o Nínive. La principal fuente de la investigación ha sido un libro de encantamientos en sumerio y acadio compilado por exorcistas, que se titula precisamente Mushu'u, (Masajes), y que contiene 50 conjuros que acompañaban el tratamiento.
El estudio arroja luz sobre la historia de la medicina y las prácticas sanadoras y muestra de qué manera se imbricaba su uso con la actividad sacerdotal y las creencias religiosas. "Es una situación parecida a la de Egipto, con observación de las enfermedades y su tratamiento con métodos tanto medicinales como mágicos", señala Bock. "Creían que muchas dolencias estaban causadas por demonios y el tratamiento cubría ambos aspectos, el físico y el espiritual. Dado que la terapia tenía un indudable lado psicológico -el uso curativo de la palabra, como diría Laín Entralgo-, no estaba tan lejos de la medicina actual, que se preocupa por el bienestar emocional del paciente". Pero debía ser algo desconcertante que los practicantes no llevaran bata sino un lovecraftiano disfraz con escamas. "Representaban ritualmente a Ea, el dios del agua, la sabiduría, la magia y la creación -el Enki sumerio-, que tiene su morada en el océano subterráneo y aparece como un pez", explica Bock, que reconoce que el aspecto de esos exorcistas masajistas es "curioso".
La técnica de los masajes, apunta la investigadora, era semejante a la actual en la forma de tocar el cuerpo y trabajar los músculos. "Se parecía al enérgico masaje sueco, pero al revés que en éste, que va hacia el corazón, se masajeaba desde el cuerpo hacia las extremidades, para expulsar al demonio". El masaje sumerio se utilizaba terapéuticamente para aliviar migrañas, combatir el agotamiento o remediar parálisis de algún miembro. Mientras lo efectuaba, el masajista-exorcista mesopotámico recitaba un conjuro: "¡Sal de aquí, /como la orina que de la entrepierna gotea,/ como el eructo que la garganta expele...!".
¿Funcionaba la medicina sumeria? "Bueno, en algunos casos sí, trataban las heridas con miel, por ejemplo. Hay en los textos, que incluyen diagnósticos y recetas, curas exitosas, y sabían si una enfermedad era tratable o no. Un manual establece con relación a unos síntomas: 'El médico no debe tratar al paciente, morirá de todos modos".

Fuente original: El País.es

Alberto Zambade.
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8 de marzo de 2007

La joven desconocida (Relato Corto)

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La joven desconocida

Hace tres meses me sucedió una cosa muy extraña. Me empeñé en encontrar un libro que era imposible de encontrar. Me había tirado detrás de él más de tres años y jamás, en todo ese tiempo, logré dar con su paradero. Estuve husmeando librerías, bibliotecas y en el único sitio dónde solía encontrarlo siempre era en Internet. Pero cuando intentaba leerlo me saltaba una contraseña, el autor lo tenía registrado. Qué rabia. Era una obra excepcional e inédita y por aquel entonces me moría de ganas por devorarla. Una tarde, paseando por las calle de mi pueblo, decidí tomar otro camino diferente al que habitualmente hacía todas las tardes de ruta a casa. Me desvié por la calle Las Tiendas pasando cerca de la Biblioteca Pablo Neruda y me volví a desviar, para hacer tiempo, por la calle Juan XXIII. La noche estaba fría, las calles solitarias y el viento era mi amigo invisible. Cuando de improviso, al mirar al frente, descubrí a una joven sentada encima de un murito de piedra sosteniendo un libro entre sus manos mientras lo leía atentamente. Me fijé en la solapa del mismo y me di cuenta de que era precisamente el libro que había estado buscando los tres años anteriores.
No sabía qué hacer, lo pasé mal, lo tenía delante de mis ojos. Así que me lancé y me acuerdo que mantuvimos una breve conversación. No suelo hablar con extraños, pero tampoco estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de saber dónde podría localizarlo. Ella era la dueña del libro, con lo cual ella tendría que saber dónde compró el libro.
-Disculpa – le dije -. No me creerás si te digo que llevo tres años buscando el libro que estás sujetando entre tus manos.
-Sí, me lo imagino, a mi me pasó lo mismo – me respondió la joven entre sonrisas -. Me costó muchísimo encontrarlo y hoy lo he terminado de leer.
-Perdona por haber sido tan atrevido, no quiero molestarte. ¿Podrías decirme dónde puedo encontrar otro ejemplar? – Pregunté -. Significa muchísimo para mí ese libro.
-No lo busques más. Toma, todo tuyo – me respondió la joven.
-No puedo aceptarlo ¡Es tuyo! – le dije.
-Sí, tienes razón, era mío – me dijo la joven -. Y te diré algo. No me vas a creer si te digo que he venido hoy hasta aquí precisamente para cumplir un objetivo, dártelo.
Alberto Zambade
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6 de marzo de 2007

Os contaré algo...

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Hace un tiempo, cuatro o cinco años a lo poco, recuerdo tuve un compañero que se fue a vivir a Japón. Quería instalarse en aquella cultura estudiando japonés (que ahora se desenvuelve genial) y a la vez dar clases de español para ir sobreviviendo. Fue aproximadamente un par de años antes de que yo conociera a mi chica, que entonces aún no había empezado yo con la Universidad.
Un día mi compañero estaba charlando con una amiga, otra chica que también había ido a estudiar japonés. La conversación tocó el tema de las familias, con lo cual el diálogo tomó un ritmo distinto y bastante curioso:
-Tengo un hermano que vive en España- dijo mi compañero.
-Yo también- respondió la chica.
-Mi hermano vive en Madrid.
-El mío también.
-Mi familia vive en la Calle Conde de Casal, 152.
-Aunque no me creas, mi familia también.
-Mi familia vive en el 3º piso del portal número 152.
-¡Mi familia también!
-Mi familia vive en el 3º piso, en la letra D, del portal número 152.
La chica suspiró y dijo al fin:
-Sé que parece un disparate, pero la mía también.
Es prácticamente imposible que ocurran están coincidencias, pero a veces pasa y es una maravilla. Japón y España están separadas por más de cuarenta mil kilómetros de distancia, cuando en una es de día en la otra es de noche. Mientras mi compañero y aquella extraña chica que había conocido sentían esa especie de conexión indirecta que habían mantenida durante tanto tiempo sin darse ambos ni cuenta, pensaron en el momento de que sus dos familias dormían en aquel instante. En el mismo piso, del mismo edificio de Madrid, sin percibir las familias la conversación, se estada sucediendo en otro lugar del planeta, una simple conversación que hablaba de sus familias.
Aunque resultó al final que eran vecinas, la magia era que nunca se habían conocido. Desde ese día, ese mágico encuentro iba a cambiar sus vidas, pues ninguna de las dos familias seguía viviendo en el mismo lugar.
Al tiempo paseando por Madrid con mi chica, nos paramos como de costumbre a echar un vistazo en una librería. Al rato me acuerdo que mi chica me dio una voz en voz alta porque había visto algo que quería mostrarme. Al instante una mujer se nos acercó “Usted es Alberto Zambade”. “Sí, el mismo” la respondí. “¿Nos conocemos?” la pregunté. La mujer me dijo que mi amigo había estudiado con su hermana juntos en Japón.
Todo empezó a cobrar sentido desde aquel momento. Debo confesar que desde aquella tarde, hace tres años, esa mujer a sido nuestra mejor amiga. ¿Coincidencias? No lo sé...el destino tal vez.
Alberto Zambade
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