24 de mayo de 2007

La leyenda de las Sombras Chinas

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Saludos del Dardo

La leyenda de las Sombras Chinas

La leyendas de las sombras chinas es milenaria. Es el teatro más antiguo del mundo. Estos espectáculos eran organizados para entretener al público más exigente; los más pequeños de la casa. Este tipo de teatro fue presentado por primera vez durante la Dinastía Han (206 a.C.-220 d.C) en la provincia noroccidental china de Shanxi y posteriormente se propagó por el sur, centro y oeste de Asia y por el norte de Africa en el siglo XIII. Este antiguo arte llegó a Europa en el siglo XVII.

Hoy os dejo un trocito de aquella maravillosa cultura para que ustedes la disfruten... Ya me dirán ¿Qué les parece?


(Leyenda China)

Alberto Zambade

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9 de mayo de 2007

Relato histórico, MADRES DE LA GUERRA por Cayetano bretones.

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Saludos del Dardo

En conmemoración a las grandes madres que supieron sacar adelante a sus seres más queridos en tiempos en el que la hambruna acechaba sin piedad, a ancianos, a niños y a hombres y mujeres de ley, ellas siempre estuvieron allí e hicieron posible que hoy estemos aquí narrando estas letras. Que hoy sirvan, sin ninguna duda, estas humildes letras de un lector incansable y de un querido amigo de mis leyendas, D. Cayetano Bretones, para honrarlas por la gran labor que cumplieron en su momento. Que lo hicieron en tiempos de Guerra en el que la templanza se pierde y la soledad de apodera de los corazones de quienes lucharon con honor y aún hoy siguen siendo invisibles para muchos. Que sirva bien, entonces, este escrito para alejarlas del olvido y para mantenerlas siempre presentes en nuestro corazón, que son su corazón, el corazón de todas y el de nuestra memoria histórica. Por ellas... Gracias Cayetano por enviarme un escrito tan emotivo y real, disfrútenlo...
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MADRES DE LA GUERRA

Es difícil entender que alguien pueda ser depositario de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), ni tampoco un dechado de perfección. Pero si en nuestra mente existe alguien que lo pueda ser, esa persona no puede ser otra que nuestra madre en quien, generalmente, reconocemos las mejores virtudes y sentimientos que pueden adornar a un ser humano. Sus consejos, sus lecciones de moralidad, sus desvelos orientados siempre para conducirnos por el camino del bien; sus recelos y temores en cuanto a la orientación de nuestra conducta, si no es que somos degenerados, y salvando la excepcional excepción, hemos de reconocer que sólo ella ejerció de ángel protector mientras estuvimos a su lado, sirviéndonos de guía y guardián en cada paso y en cada movimiento de nuestra vida. Pero si además de las dificultades que entrañaba la crianza y educación de un hijo en aquellos malhadados años, le añadimos el hambre, las penalidades y el peligro de que lo podía perder para siempre, entenderemos mejor el papel que representaron nuestras madres en el drama de la guerra y posguerra civil española.
Si dedicamos, aunque sólo sea unos minutos, a reflexionar sobre la sacrificada vida de aquellas resignadas y valientes mujeres, nos podemos encontrar, sin exageración y sin alharacas, con infinidad de hechos que merecen ser incluidos entre las grandes gestas o proezas de la Historia. La riqueza y contenido humano de sus vidas superan en méritos, no pocas veces, los de cualquier reina, santa o heroína que han quedado como ejemplo para la posteridad. Desde la mañana a la noche, sus vidas eran un constante forcejeo por la supervivencia, sobre todo, las que cargadas de hijos y con su marido en el frente de batalla o en la cárcel, salían adelante con honor, para afrenta de los que, lejos de ayudarlas y reconocer sus méritos, se cruzaban en sus vidas para intentar inducirlas por caminos de perdición
Como paradigma de grandeza de esta hermosa y altruista cualidad, repito, no cabe duda que el mejor ejemplo lo encontraremos siempre en nuestra madre. Y las incluyo a todas, porque todas las madres son abnegadas. Por eso, mi homenaje va dirigido, especialmente, a todas las madres que sobrevivieron la locura de la guerra y la posguerra civil española, incluso aquellas que tenían sus despensas bien pertrechadas de viandas para dar de comer a sus hijos sin la menor dificultad. Sin estar en las trincheras empuñando las armas, ellas fueron las grandes sacrificadas, el "Cordero Pascual" de la contienda en aras de sus hijos, de sus maridos, de sus padres, de sus hermanos. Ellas fueron también la generosidad personificada, inspirada en la vehemencia del cariño, del amor, del afecto, de la resignación, de la esperanza sin esperanza. Nadie como ellas sabe de renuncias, de entrega y sacrificio, a cambio muchas veces de indiferencia o relegadas al olvido intencionado. Por eso hago de estos renglones mi oportunidad para expresar mi reconocimiento más sincero a estas mujeres ejemplares, heroínas anónimas que, por una u otra causa, debieron pasar a nado la ciénaga sanguinolenta y nauseabunda de la contienda. Pero sospecho que el verdadero premio que pudiera venir a recompensar esa noble gesta, creo que el hombre todavía no lo ha inventado, porque todos los bienes terrenales son insuficientes para premiar tanta generosidad.
La mujer pobre y madre en aquellos años era, lo que se solía llamar, el yunque de la casa: sobre ella descargaba la vida todos los golpes que la injusticia es capaz de generar en un mundo despiadado y, sin embargo, allí estaban ellas rezumando entereza y dando a la vez una gran lección de dignidad.
¿Qué madre o esposa no hizo del llanto un hábito y del hábito un infierno con el que tuvo que convivir, un día tras otro día, durante muchos años, sin que le llegara en ningún momento un rayo de esperanza?
También las había que se le secaron los ojos de tanto llorar: ni la misma muerte de sus seres más queridos parecía ya suficiente razón para arrancar una lágrima a sus agostados ojos.
Naturalmente que imprime carácter el hecho de tener que vivir el día a día compartiendo tu vida con el hambre y la miseria sin otros medios que los que tu astucia y sagacidad de hambriento te podían proporcionar. Pero si bien es cierto que el hambre para un niño es una tortura, para la madre que no lo puede alimentar es un infierno, una tortura y todos los tormentos que se derivan de una situación como aquella.
Abnegación, abnegación, abnegación, esa fue vuestra gran virtud, madres de la guerra. Es la mayor riqueza (aunque ignorada) que nadie pudo dejar jamás como legado para la Historia, porque no supisteis vivir para otra cosa que no fuera para eso y para hacer de la resignación un baluarte que desapareció con vosotras. Espero que algún día, España haga honor a vuestros muchos y grandes méritos, levantando en vuestra memoria el monumento más grande que se haya hecho jamás.
Autor: Cayetano Bretones (Gore)
Alberto Zambade
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7 de mayo de 2007

La leyenda del Mito

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Un simple conversación El Mito

Alguien, en cierta ocasión, me dijo, mientras tomábamos un café, en un restaurante cercano a la Facultad: “El mito es el tiempo atrapado en un espejo”.Y yo le contesté "El tiempo es el único que traiciona a la historia y a los acontecimientos que se suceden, por su inquebrantable paso a ritmo de locomotora, sin reparar en lo que nos es agradable y en lo que nos es injusto. Pues en vez de evitar las penas, hace que formen parte de nuestra trágica Historia de España." El buen caballero me miró sorprendido y seguidamente me contestó “Los mitos tienen un tiempo sagrado”.

"Quizás, tenga usted razón. Pero, hay llamas de sombras que cantan lo esperado y lo perdido, y quizás aquellas son las que formen en realidad el Mito."

“Puede ser", me dijo "Aunque, también te diría, en todo Mito hay un ayer remoto que cobra forma de horizonte helado, y que con el paso del tiempo se hace inolvidable.”

"Posiblemente tenga toda la razón y yo esté equivocado." le contesté "Pues, lo que evoca son simples anhelos y le diría que hay anhelos que se ajustan al sueño de una lira eterna, melancólica, infinita. Y hay un desgarramiento de ideales que acompaña al Mito toda la vida."

“Eso, es cosa de poetas, de pintores y embalsamadores de utopías.” Me contestó algo enfadado.

"No." le respodí "Eso es más que todo eso, es cosa de gusanos de seda. El Mito respira, camina y avanza a la par de los hombre vivos, y recorre un viaje que no se para nunca."


Un compañero entró en la cafetería, le saludé, le pedí la hora, me la dio y terminó así el diálogo.


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Para entender al Mito, tuve que profundizar en las raices de la filosofía contemporánea, es sus raices y en su escritura. Sus letras son el sentido de su gloria y su estilo narrativo es la personificación del poder, es el alma de los dioses. La escritura y la lógica de escribir es lo común. Los grandes mitos escritos es que la mentalidad propiamente primitiva (que va ligada a la sensación y el deseo inmediato, a la magia directa) está ya en retirada. El mundo va dejando de ser ese “tú” jubiloso y terrible donde se funde lo interior y lo exterior, la emoción y la impresión sensible, lo subjetivo y lo objetivo. Con la portentosa “sobredeterminación” que exhiben en cada mínimo detalle, esos mitos indican que el pensamiento se fortalece con la revolución agrícola y urbana, y que los más viejos ritos van recibiendo un “sentido intelectual” propiamente dicho. Han ido desgajándose estratos o niveles de significado en el recurso mitológico, y se van perfilando con ello las “categorías relacionales” (unidad, pluralidad, coexistencia, exclusión, sucesión.)

Este progreso representa una creciente “separación”, una ruina de naturalidad anterior y un brusco despertar para el sueño dogmático de la “omnipotencia”. El mito elabora las razones de la muerte, las consecuencias de la civilización, la renuncia al acuerdo inmediato (e ilusorio) del impulso interno y las cosas exteriores. Desde el principio toma el “conflicto” y la oposición como fondo último de la existencia: cada día el Sol a de “vencer” a las tinieblas, los dioses benéficos a los maléficos, los héroes a los monstruos, el orden al caos, las aguas al fuego y el fuego a las aguas. El conflicto “último” está sin duda en vencerse el hombre a sí mismo, dominar su miedo, someter sus inclinaciones más particulares a lo común, hacerse capaz de soportar la verdad de su propia insignificancia en el concierto cósmico. Para el que logre esto hay un presentimiento todavía oscuro aunque consolador, que es llegar a “conocer” (no sólo a invocar) los “principios” de las cosas y ser capaz de trasladar su historia a la escritura.


Fuente Original: Alberto Zambade


Alberto Zambade

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