27 de septiembre de 2007

La leyenda de Oisin

Hola Lectores:

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Saludos del Dardo
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Hoy os traigo una leyenda muy especial, que espero que os guste... Y digo que la leyenda es muy especial, porque me llegó directamente de la mano de una de mis lectoras, de Virginia Izquierdo, es una gran compañera que vive enamorada de las buenas leyendas.

Por favor, disfrútenla tanto como la disfruté yo en su momento...
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Hola Alberto:
Te envió la leyenda irlandesa de Oisin. Es muy especial para mí, pues así se llama el hijo de mi pareja.

Espero que te guste.

La Leyenda de Oisin
Un día, vigilando la costa cercana a Kerry, el héroe irlandés Fionn y sus soldados, los Fianna, vieron salir del mar a una bellísima mujer de cabellos dorados. Aquella hermosa mujer se detuvo frente a Fionn y le contó que estaba enamorada de un hombre de Irlanda, que quería casarse con él y tenía necesidad de llevárselo a Tír na nÓg, la tierra de la eterna juventud...
Por un breve instante, Fionn y la extraña mujer se miraron a los ojos y volviéndose despacio hechó una mirada tierna seguida de una sonrisa a Oisín, el hijo de Fionn. Oisín se montó entonces en el corcel blanco de la bella Niamh y partieron ambos a Tír na nÓg. El viaje fue largo. Cabalgaron durante días sin demora. Cuando llegaron a la tierra de la eterna juventud fueron recibidos con una calurosa bienvenida de manos del mismísimo Manannán mac Lir, el dueño y señor de aquellas tierras mágicas, y padre de Niamh. Pero cuando parecía que toda esta historia daba la impresión de acabar felizmente, todo dio una vuelta de tuerca en sus vidas...

Oisín, con el paso del tiempo, añoraba muchísimo a Irlanda, a su padre y a sus compañeros; le pidió a su esposa un único favor después de tantos años al cuidado de su amor. Le dijo que necesitaba que le prestara el corcel blanco con el que llegó hasta la tierra de la eterna juventud, para así poder volver a visitar su tierra natal y reencontrarse con sus seres queridos después de tanta ausencia. Ella le rogó encarecidamente que no se marchase, pero al final accedió con una condición diciéndole: "Cariño, podrás volver a ver a tus seres queridos pero deberás hacerlo siempre que permanezcas constantemente montado encima de tu caballo y no toques el suelo, sólo así podrás visitar cuantas veces quieras la tierra donde naciste para luego volver junto a mí." Y así Oisín se marchó de vuelta a su patria a través del Océano.

Al llegar a Irlanda Oisín notó que todo había cambiado, que todos los lugares donde solía estar su padre algunos habían desaparecido y otros estaban deshabitados por completo, el tiempo había seguido su curso inquebrantable, su mordaz paso había hecho desaparecer sus recuerdos más íntimos. Pues su tierra y su infancia estaban ahora deshabitadas; y el breve tiempo que estuvo allí no logró ver a ninguno de los Fianna por ninguna parte. Únicamente a hombres normales y corrientes. "¿Qué habrá sucedido?" Se preguntaba. Entonces se acercó lentamente a uno de los hombres del lugar y les formuló la misma inquietud que se preguntaba él, y ellos le respodieron: "¿Los Fianna? ¿Fionn mac Cumhail? Nunca hubo nadie llamado así, antiguamente se solían contar historias acerca de los Fianna, una raza de gigantes que se comían a la gente, pero ya nadie las cuenta, ni nadie sabe de ellos. Nadie los a visto nunca".

Oisín se dio cuenta de que habían pasado más de 300 años desde su partida, mientras que él había pensado que habían sido únicamente 3 años de su vida. Les contó, pues, a los hombres la verdadera historia de los Fianna. Les habló de cómo vivían, de sus artes en la caza, de su gran fuerza y tras ello pensó en regresar de nuevo a Tír na nÓg. Pero antes de partir un hombre le dijo que probase la historia de los Fianna y su tremenda fuerza, levantando una gran roca con una sola mano. Oisín, sin pensarlo, lo hizo, pero mientras levantaba la roca, se desprendió la silla de montar su corcel cayendo al suelo estrepitosamente. En aquel momento los 300 años que habían pasado cayeron sobre él convirtiéndole en un anciano débil que yacía tumbado sin remedio, dando muestra de que la historia de los Fianna era tan cierta como el paso del tiempo.

(Leyendas Irlandesas)

Autora: Virginia Izquierdo
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Alberto Zambade
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21 de septiembre de 2007

21 de Sept. Día Internacional del Alzheimer. Relato Corto.

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Estimados lectores / as:

Hoy, dia 21 de septiembre, he querido unirme al día internacional del Alzheimer para no olvidar a quienes ya no pueden recordarnos. Y lo hago de un modo especial, con el fin de valorar a todoas aquellas personas que trabajan porque cada día se les haga más llevadero el tiempo a todos los que padecen de Alzheimer, ofreciéndoos un breve relato que esxplica con claridad la dureza de esta terrible enfermedad. Según el informe presentado por la Fundación del Alzheimer en España en el año 2005 dice que el número de enfermos de Alzheimer en España se duplicará en 20 años, hasta llegar a 1,2 millones. Impresionante ¿Verdad? Si podemos recordarles, hacer que su vida sea más cómoda y renoverles la memoria con fotos, con videos, con cintas de música, estaremos contribuyendo a hacer que no se sientan perdidos y solos en un mundo que últimamente camina demasiado deprisa...

Sin otro particular, os dejo a continuación con el relato...
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Una boda improvisada

-María ¿Aceptas como esposo a Fabián?-preguntó el cura improvisado a la enamorada pareja.
-¡Cállese! Quiero irme a casa-contestó María- ¿Hijo dónde estas?
-Madre, estoy en su lado derecho, mirándola a la cara. Sí, soy yo, tu hijo-le dijo su hijo José.
Y volviéndose María hacia el lugar de dónde procedía la voz se quedó paralizada, inmóvil, intentando averiguar cuál era el rostro de su hijo.
Cuando estaba frente a él, le preguntó su hijo:
-Soy yo Madre, estoy aquí. ¿Me quieres?-la preguntó José emocionado, mientras el cura improvisado permanecía ausente y atento a la conversación.
-Sí hijo mío, te quiero mucho… mucho…-dijo María.
-Tienes muy cerca de ti, también, a tu viejito ¿Le quieres?
María se giró lentamente y ahí estaba. El amor de su vida que no logró identificar antes y que ahora permanecía frente a ella. Una sonrisa, una caricia sutil, una mirada inocente y el calor suave de unas manos fuertes que la acariciaban el rostro, la trajo el dulce recuerdo de un noviazgo que parecía haberse perdido con el paso del tiempo.
-Sí, le quiero con locura-dijo María
-Yo también te quiero, mi princesa-contestó Fabián.
-Entonces, yo os declaro marido y mujer-dijo el cura improvisado-. Pueden besarse.
Con lágrimas en los ojos, emocionada como si aquella vez fuera la primera vez que se casaban, se acercó a Fabián, lo miró vergonzosamente y, acariciándole el rostro de forma suave, le susurró un escueto:

“Te quiero Fabián”
“Yo también te quiero María”

Fabián sabía que más tarde a María se le olvidaría todo. Para él cada boda era diferente, igual que para ella, y ese era el motivo por el que le empujaba a celebrar su boda todos los años por la misma fecha. Para él esa boda, era su boda número 42. Para ella, era el día de su boda, el día más feliz de su vida. Por eso el cura era improvisado, sino le hubiese salido celebrar su boda cada año por un ojo de la cara; el cura era el mejor amigo de José.

Hoy, precisamente, día 21 de septiembre, se celebra el día Internacional del Alzheimer. Muchas son las personas que lo sufren en la actualidad, algunos en silencio que resulta todavía más triste. Fabián pensaba que para combatir el Alzheimer debía estar codo a codo con ella todos los días del año y hacerla recordar los momentos más felices de su vida. Y yo pienso igual. Las víctimas que padecen esta enfermedad no deben estar solas nunca.
Sólo con pensar que, en aquel instante, María se sentía la persona más feliz del mundo, te anima y te ayuda a seguir luchando junto a estas personas todos los días, para lograr derrotar al Alzheimer algún día… algún día…

Alberto Zambade
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17 de septiembre de 2007

Algún día. Relato del escritor Javier Guerrero.

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El relato que os presento a continuación está contado de la mano del escritor Javier Guerrero. Me ha brindado la oportunidad de poder darle luz desde mi rincón para que sigamos disfrutando de sus maravillosas vivencias, que de alguna forman explican su existencia al paso por este mundo. Es un escritor de Madrid con un potencial que salta a la vista sólo con leer un par de frases iniciales en sus breves relatos. Espero que disfruten tanto o más, como lo hice yo cuando lo leí en su momento. Por una sencilla razón, porque las palabras viven con lo que vive. Gracias Javier por darme la oportunidad de ofrecer a través de mi blog un trozo de tu gran obra y una pequeña parte de tu vida. Tienes madera de escritor.
Léanlo y luego comentamos...
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Algún Día
Autor: Javier Guerrero
Profesión: Escritor.


Hacía calor y el zumbido de las moscas estaba en cualquiera de los tenderetes como uno más de aquellos condicionantes insalubres, y se veía alguna rata asomando indecisa la cabeza por alguna alcantarilla, y las vacas comían plácidas e indiferentes toda clase de basuras, y había muchos puestos de mangos y plátanos que eran el manjar de los insectos y la subsistencia de algunos niños escuálidos que danzaban con una felicidad triste y contagiosa que provenía de la multitud, o quizás de los colores, o de las lluvias, y a mi me inspiraba lástima y pesimismo para las generaciones venideras. Y mucha impotencia. Y por la noche contemplé la estampa gris en mitad de los colores, que era la estampa de las prostitutas. Era la ciudad más grande del este de La India, con sus once millones de almas y sus miles maneras de nacer, de vivir, de morir, y en definitiva, de ser partícipe en un lugar donde Dios, o la naturaleza renegaron de la generosidad. Yo casi no podía creer que también era ciudad para emigrantes. Se emigra de La India a Holanda, o a Inglaterra, o de Marruecos a Francia, o de Ecuador a España. Pero... ¿Dónde había un infierno? ¿En qué lugar había tanto miedo a los amaneceres de miseria? Me lo contó un niño. Me dijo que se llamaba Kahn. Hablaba de las catástrofes naturales y de los desastres inventados por los hombres, de la hambruna, de las guerras, de los choques violentos entre los grupos étnicos sufridos en otros lugares de un país donde las distancias son continentales. A nosotros nos echaron de la aldea, nos destrozaron toda la mercadería y los utensilios del campo. Y un día llegamos a Calcuta, y la ciudad no tenía capacidad para ese aluvión de emigración interior, y somos demasiada gente para que se garanticen unas condiciones mínimas de subsistencia y nos convertimos en cómplices y protagonistas de la vida en las aceras llenas de chabolas, y aquí no hay oportunidades, y así mi madre y mi hermana terminaron de prostitutas.
¿Prostitutas? Sí, también las traen de Bangladesh y Nepal. Hay mucho dinero de por medio. Una niña guapa y virgen puede suponer 6000 euros, que son más de 300000 rupias. Otras no valen más que 7000 rupias. Luego hay que trabajar y lo consiguen los sucios proxenetas encerrando, torturando, violando. Mi madre no se negó, pero mi hermana sufrió las embestidas de los hombres crueles. Le rompieron las muñecas y aún mantiene intacta una cicatriz debajo de uno de sus ojos del color de la piel de los mangos. Marcas del barrio rojo. Muchas mujeres ya han probado el infierno, miles de mujeres. No hay una estimación concreta, pero por aquí se habla de más de 20000, con muchas niñas de menos de catorce años, criaturas muy bonitas con rostro de princesas y mucha inocencia en la mirada. Se habla de que las niñas no tienen sida y aquí los seropositivos están a la orden del día. Yo había leído algo en el hotel Manor. The New York Times dejaba caer una noticia con todos los tintes de la desgracia. Se prevé que en el año 2010 La India será el país con más seropositivos del mundo: entre 20 y 25 millones de indios estarán infectados.
Su hermana se llamaba Tana. Cuando llegó a Calcuta tenía quince años y un rostro con el brillo del que asume nuevas aventuras y siente algún brote de optimismo en el espíritu, pero la esperanza inicial se truncó vilmente, porque a las aldeas no nos llega información y no tenemos ni remota idea de lo que sucede en el resto del país. Un hombre envuelto en harapos la debió agarrar entre el tumulto, y a rastras se la llevó al barrio rojo de Sonagachi. Y empezó a trabajar, allá donde los matices del rostro de las prostitutas adquieren unas dimensiones de tristeza y amargura difíciles de encontrar en cualquier otro rincón del planeta. Allá, en una esquina del infierno. Allá, donde las mujeres y las niñas reciben las embestidas de las impudicia entre lágrimas, mirando al techo, y convierten en ficción los suspiros del dolor. Allá, entre basura, decadencia y vicio. Un día se escapó del burdel. Apareció la cabo de una semana en Nueva Delhi. Yo creó que fue allí a enamorarse. Y así ocurrió. Se enamoró de un tipo nepalí que había trabajado en Jaipur y llevaba una año trabajando de jardinero en una acomodada zona residencial de Delhi. El hombre le contó que sus intenciones eran ir en breve a Calcuta y reanudar los negocios de mercadería que tuvo hace años con un primo suyo, que ahora requería su ayuda porque tenía una enfermedad que le ocasionaba constantes diarreas y dolores de cabeza. Una vez allí, su destino la arrastró de nuevo hacia Sonagachi. Su amor de porcelana se había roto en tres pedazos, en uno estaba asentada en la traición, en otro la falta de escrúpulos y en el tercero la más cruel de las mentiras. Del tipo, que estaba casado y tenía tres hijos, nada se volvió a saber desde que ejercitó el envío al barrio rojo. Ella escribió un poema. Se llamaba Sueño de amor convertido en sueño negro y debía ser triste como las almas corrompidas de los proxenetas esquivando las fogatas de un infierno inventado para ellos.
Cuando Tana me dio a leer el poema, no tuve valor ni para enfrentarme al primer verso. La miré con una lástima que debió ser dolorosa para ella y acaricié su pelo con toda la complicidad y la impotencia que requería el momento. A su lado estaba Azmina, muy envejecida para sus sesenta años de edad, con su aroma a rosas y a curry, y sus collares de rupias, y su rostro anclado en una indiferencia que era como una tristeza eterna. Había llegado al barrio rojo cuando era una niña, y sus padres, que no tenían ni para pan, la vendieron a una mujer que se aprovechó del hambre, la incultura y la indigencia. Primero les prometió un trabajo decente para Azmina. Horas más tarde llegaron los castigos físicos hasta que no tuvo más remedio que acceder a acostarse con el primer cliente y vender su virginidad, de la cual se hacía propiedad un viejo crápula desdentado y maloliente que a menudo aparece en las pesadillas de Azmina. A sus padres jamás les volvió a ver y a menudo siente un frío helador en el alma cuando piensa en la complicidad que ellos tuvieron con la dueña del burdel. Me dijo que ya apenas le quedaban clientes. Estoy vieja, muy gastada, y soy una puta con muchas horas de trabajo, ahora vivo de la mísera caridad de las otras putas, que me dan algo de dinero a cambio de que les cuide a sus hijos, me confesó estática, con la mirada clavada en el suelo, tal vez sin miedo, quizás pensando que apenas cabía más dolor en su vida. Estaba tan arraigada al sufrimiento, o quizás tan asentada en su desgracia que rehusó venir conmigo.
Tana y Kahn me lo iban contando por el camino. Hay problemas para los niños del barrio rojo. Viven entre las tinieblas del desarraigo familiar, que los deja cómplices de la soledad, vagando solos por las calles. Ni siquiera saben si realmente quieren a sus madres, que se deben a los favores sexuales de sus clientes y los dejan abandonados, y por ahí van, vagando sin sentido por Sonagachi. Me los llevé a la Fundación de una amiga, Urmi Basu, una millonaria bengalí que miró de frente a la miseria, y fue buscando a sus protagonistas. Aquello era un lugar seguro. Había médicos jóvenes con la imagen muy descuidada, muy volcados en su trabajo, y un poco inseguros, como es relativo a la condición de principiantes. La trabajadora social se llamaba Sandra, y su divorcio la trasladó a Calcuta. Kahn no dejaba de mirarla, con esa timidez y atracción, que los hindúes tienen frente a las mujeres europeas. Era rubia, de ojos azul marino, y tenía un aire como de espíritu de carne y hueso, muy volátil, muy sigilosa, y con el rostro rosáceo de los angelitos, o quizás de las infantas del siglo XVII. Luego llegó Urmi, con su bondad escondida tras la severidad de su rostro, y creo que me habló sin creer rigurosamente lo que decía: algún día desaparecerá el tráfico de niñas de las aldeas a las ciudades. Algún día, pensé yo, algún día estaremos muertos y no sabremos acerca de los nuevos acontecimientos. Algún día, remarqué, es la frase más gastada de la humanidad.
Me despedí de los niños antes de tomar mi vuelo a Madrid, vía Ámsterdam. Tomé precauciones en la garganta, pero no pude asegurarme la voz, que salía quebrada. Les dije que volvería, pero seguramente sería un adiós definitivo. Dije: suerte muchachos, nos volveremos a ver. Al salir, me sorprendió encontrarme a Azmina, que seguía llorando sin lágrimas y buscaba la imagen de Urmi.
Alberto Zambade
Todos los derechos reservados Copyright 2007

12 de septiembre de 2007

La leyenda del pescador Urashima

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Saludos del Dardo
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Hoy os traigo una leyenda japonesa precisa y ejemplar que aún hoy se sigue conservando entre la gente, impregnada en lo más profundo de la Cultura Japonesa, tratada y transmitida como un legado histórico muy importante dentro de Japón.
Os dejo a continuación con ella, para vuestro disfrute... Háganla, pues, suya...
Espero que les guste...
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La leyenda del pescador Urashima y su visita al fondo del mar

Urashima vivió, hace cientos y cientos de años, en una de las islas situadas al oeste del archipiélago japonés. Era el único hijo de un matrimonio de pescadores. Una red y una barquichuela constituían toda su fortuna. Sin embargo, el matrimonio veía compensada su pobreza con la bondad de su hijo Urashima. Y sucedió que cierto día el muchacho caminaba por una de las calles de la aldea, cuando de pronto vio a unos cuantos chiquillos que maltrataban a una enorme tortuga. De seguir de aquel modo mucho tiempo hubieran acabado por matarla y Urashima decidió impedirlo. Se dirigió a los chicos, y, reprendiéndoles por su mala acción, les quitó la tortuga. Cuando la tuvo en sus manos pensó dejarla en libertad y para ello fue hacía la playa. Una vez allí la llevó a la orilla y la dejó en el mar. Vio como la tortuga se alejaba poco a poco y cuando la perdió de vista Urashima regresó a su casa orgulloso de haberla salvado. Sentía una gran satisfacción por haber librado al animal de sus pequeños verdugos. Transcurrió algún tiempo desde aquel día.

Una mañana, el muchacho se fue a pescar. Tomó el camino que conducía a la playa y cuando llegó puso la barca en el agua, se montó en ella y remó mar adentro. Llevaba largo rato remando y por momentos perdió de vista la orilla; decidió echar al agua su red y cuando tiró para sacarla hacia fuera notó que le pesaba más que de costumbre. Cuando logró levantarla, con gran sorpresa, vio que dentro de la red estaba la tortuga que él mismo echó al mar, la cual, dirigiéndose a él, le dijo que el rey de los mares, que había visto su buen corazón, la enviaba para conducirle a su palacio y casarle con su hija, la princesa Otohime. A Urashima le entusiasmaban las aventuras y accedió muy gustoso, aunque la incertidumbre no dejaba de merodearle en su cabeza. Juntos, la tortuga y Urashima, se fueron mar adentro hasta que llegaron a Riugú, la ciudad del reino del mar. Era maravillosa. Sus casas eran de esmeralda y los tejidos de oro; el suelo estaba cubierto de perlas y grandes árboles de coral que daban sombra a los jardines; sus hojas eran de nácar y sus frutos de las más bellas pedrerías.

Hacia los asombrados ojos de Urashima, avanzaba una hermosísima doncella: era Otohime, la hija del rey del mar. Le recibió como a un esposo y juntos vivieron varios días en una completa felicidad. Todos colmaban al pescador de todo género de atenciones, y entre tanta delicia, Urashima no sintió que el tiempo pasaba. No podía precisar desde cuándo estaba allí. ¿Para qué iba a querer saberlo? No debía importarle. La vida en aquel maravilloso lugar le parecía inmejorable; nunca pudo soñar nada semejante. Y cuando más feliz estaba, sucedió que un día se acordó de sus padres. ¿Qué sería de ellos? Sin duda sufrirían mucho sin saber lo que había sido de él. Y desde aquel momento la tristeza se apoderó de todo su ser. Nada lograba distraerle; ya no encontraba aquel lugar tan encantador y hasta le pareció menos bello. Sólo deseaba una cosa: volver junto a sus queridos padres. Y así se lo comunicó una mañana a su esposa, cuando ésta procuraba por todos los medios averiguar la causa de su pena. Al decirle Urashima lo que quería, Otohime se entristeció; procuró convencerle de que se quedara junto a ella, pero nada cambió su decisión, ni siquiera el amor que ambos habían cultivado juntos todo ese largo tiempo. El pescador estaba firme en su propósito. Así, pues, Otohime prometió devolverle a la aldea y con un lucido cortejo le acompañó hasta la playa. Cuando al fin llegaron, la princesa entregó a Urashima una pequeña caja de laca, atada con un cordón de seda. Le recomendó que, si quería volver a verla, nunca la abriese. Después se despidió de él y con su acompañamiento se internó en el mar.

Pronto Urashima la perdió de vista. Con la cajita en sus manos, miraba fijamente a las aguas. Así estuvo algún tiempo y después recorrió la playa con la esperanza de ver de nuevo a su padres. De nuevo estaba en su pueblecito. Las mismas arenas, las rocas de siempre, el mismo sitio donde de pequeño tantas veces había ido a jugar. Le parecía que su vida en la cuidad del mar había sido un sueño. “¡Qué lejos todo aquello!” pensó. Entonces encaminó sus pasos hacia su casa, pero cuando entró en la aldea no supo por dónde tirar. La encontraba completamente cambiada, no la reconocía. Las casas eran más grandes que antaño, con tejados de pizarra que sustituían a los de paja, todo era diferente. La gente se vestía con vistosos quimonos bordados. Parecía otro lugar. Y, sin embargo, era su pueblo, estaba convencido de ello. La misma playa, las mismas montañas, sólo las casas y la gente habían cambiado. Entonces decidió preguntar a unos muchachos dónde se encontraba la casa del pescador Urashima, puesto que éste era también el nombre de su padre. Los muchachos no supieron responderle, no conocían a tal pescador. Entró en un comercio e hizo la misma pregunta al dueño, pero éste le dijo lo mismo que los chicos, “nunca habían oído hablar de tal pescador”. Entonces pensó que quizás tampoco era cierto el hecho de que su padre de siempre le transmitió que un anciano legendario del pueblo era el que creía conocer a todos los habitantes de la pequeña aldea. En esto quizás sí acertó su padre, porque al pasar por allí un hombre que debía de tener muchos años, a juzgar por su apariencia, dijo con voz tenue que él sabía mil historietas antiguas del pueblo y conocía las vidas de sus antiguos habitantes. Urashima se dirigió a él, por indicación del dueño de la tienda y le preguntó dónde estaba la casa del pescador Urashima. El viejo no contestó, se quedó un momento pensativo, y al cabo de un rato reaccionó diciendo.

-Casi lo había olvidado, hijo. Han pasado más de cien años desde que murió el matrimonio. Su único hijo cuenta la leyenda que un día salió a pescar y que a partir de entonces nadie volvió a saber lo que le sucedió al pequeño.

Urashima empezó a comprender. Mientras vivió en la ciudad del mar había perdido la noción del tiempo. Lo que le habían parecido sólo unos cuantos días en realidad habían sido más de cien años. No supo qué hacer. Se encontraba completamente solo en un pueblo que, aunque era el suyo, le era total y en absoluto extraño. Entonces se dirigió a la playa de nuevo, añoraba, ahora, y comprendía, entonces, el poco amor que le quedó por descubrir y prometió volver al encuentro con la princesa Otohime.
Pero pensó “¿Cómo puedo llegar hasta ella?”

En su precipitación por ver a sus padres olvidó cuándo se despidieron. También preguntarle de qué medio se valdría para volver a verla. Y de pronto recordó la cajita que tenía entre sus manos. Se olvidó de que no debía abrirla y pensó que haciéndolo quizá pudiera ir junto a Otohime. Desató sus cordones y la destapó, abriéndola por completo. Al instante salió de ella una nubecilla que se fué elevando, elevando, hasta perderse de vista. En vano Urashima intentó alcanzarla. Entonces recordó la recomendación de la princesa, su atolondramiento le había dejado en blanco. Ya no volvería a verla. Sintió, pues, que sus fuerzas le abandonaban, que sus cabellos encanecían, que su rostro se marcaba de innumerables arrugas, haciendo de su piel una suave tela; su corazón cesó poco a poco hasta que dejó de latir, hasta que al fin cayó al suelo precipitadamente, con la mirada perdida en el firmamento. Cuando a la mañana siguiente fueron los muchachos a bañarse, vieron tendido en la arena a un hombre decrépito, sin vida. Era Urashima que había muerto de viejo.

Todavía hoy algunos pescadores de ciertos pueblos del Japón cuentan a sus hijos esta historia, para que no se distraigan en sus tareas diarias. Ingeniosa, mágica, triste y ejemplarizante.
De nuevo las leyendas del Japón nos hacen ver la vida de un modo distinto, con más sentido y lógica.

Alberto Zambade
Todos los derechos reservados © 2007

7 de septiembre de 2007

Premiado y premiando...



Hace unos días recibí el premio "THINKING BLOGGER AWARD" de manos de Corazón Coraza (http://porquetetengoyno.blogspot.com/), me sorprendió muchísimo, lo cual es un honor y un placer que acojo con agrado y aprecio hacia esta gran blogger.
Precioso ¿verdad?
También se ha dado la casualidad que otra querida Blogger (Mallen (http://mallenchu.blogspot.com/), periodista de profesión) ha reconocido mi labor dándome el premio "Blog Solidario", un galardón sin desperdicio.
Por ello, ahora quiero que ustedes, reciban y expongan en su blog a continuación los dos premios que me han otorgado, puesto que también se lo han merecido por su constancia y dedicación a estos signos que llamamos letras, por cultivarlos, cuidarlos, mostrarlos y enseñarlos cada día, a los cuales vemos y leemos con gusto en su justa medida.
Por favor, pueden recoger sus premios, da igual el orden, todos son valorados con la misma categoría, y cuélguenlos con Honor en su blog.
Si me rijo por el guión me tocaría valorar a cinco, y como las leyes están para saltárselas, prefiero valorar a todos y todas.
Sencillamente, porque se lo han ganado a pulso:
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* Ricardo Muñóz José, Escritor(http://rmj-linde5.blogspot.com/)
* Cánticos desde el Infierno (http://canticos.blogspot.com/)
* Bitácoras de Bogotá (http://bitacorasdebogota.blogspot.com/)

* Reencuentro y algunas pinceladas, periodista (http://svargasb.blogspot.com/)
* El pequeño Izán (El Ruuben) (http://www.blogger.com/profile/10258694580783955853)
* Tierra de Ur, escritor (http://www.tierradeur.blogspot.com/)
* Antona, fotógrafo profesional (http://www.blogger.com/profile/01722253863356506179)
* Mayte G. Periodista (http://deliberadores.blogspot.com/)
Premiaría a Mallen y Corazón Coraza... ellas saben que lo están conmigo.

¡Un abrazo a todos y todas!

3 de septiembre de 2007

La leyenda del Martillo de Thor

Hola Lectores:

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Saludos del Dardo

Hoy os contaré una Leyenda que proviene de las tierras escandinavas. La Leyenda del martillo de Thor.
Disfrútenla...
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La leyenda del Martillo de Thor

Un día al despertar, Thor se percató de la falta de su esplendoroso martillo, consternado, acudió a Loki, y éste le respondió que quizás fue raptado por algún gigante, de esta manera fue volando con el traje mágico de Freya, a la tierra de los gigantes, donde en efecto se encontraba su martillo, que fue tomado por Thrym, el rey de los gigantes. Y no estaba dispuesto a entregarlo, a menos que le dieran a Freya para desposarla. Loki, astuto y suspicaz como siempre ideó un plan, este consistía en disfrazar a Thor con la ropa y el collar de Freya, además de cubrirse la cara con un velo. Una vez en la tierra de los gigantes, Thrym ofreció un banquete en honor a su boda, y al sellar el matrimonio con el martillo, Thor se desprendió de su disfraz y lo tomó, Thrym suplico piedad, pero ya era muy tarde, el salón se inundó de truenos y relámpago, y con su martillo dio muerte a Thrym y a todos los gigantes.

(Leyenda escandinava)
Fuente: Leyendas mitológicas

Alberto Zambade
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1 de septiembre de 2007

Meditando en silencio..

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Saludos del Dardo
Meditando en silencio..
Un hombre medita cuando algo le preocupa de verdad, pero también cuando las cosas que le ocurren son francamente sensacionales. Intenta buscar un por qué a todos aquellos acontecimientos que han endulzado su vida todos estos años atrás y se da cuenta de que todo forma parte de un par de palabras, “escribir felizmente”. La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación. Yo escribo a tientas en el silencio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por este mundo. Aquella escritura, en mis comienzos no era tan buena, fue mejorando con el tiempo, igual que la fruta cuando madura. Mis últimos escritos son más expresivos, cambiantes, son como el repicar de las campanas; sus vibraciones son capaces de hacer escapar a acentos hondos y graves y livianos y agudos y sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo. Y nunca lo que dicen lo dicen de la misma manera. En mis textos he notado algo parecido. De esto y de otras cosas medito a diario, quizás me sienta absurdo transmitiéndooslo a vosotros ahora, pero necesitaba hacerlo. Pues si algo he conseguido realizar con dedicación en todo este tiempo es que mi constancia hacia las letras creciera a pasos agigantados. Gran parte os lo debo a todos y todas que me leéis a diario. Vuestra atención reconoce mi dedicación y esto es lo que más me reconforta. Las palabras sin duda son el hilo conductor que nos hace eternos.

Alberto Zambade
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